Es comúnmente aceptado que el objetivo último que persigue una empresa es la maximización de beneficios. Para ayudar a conseguir este objetivo existe un amplio catálogo de métodos y herramientas que han ido consolidándose con el paso de los años: presupuestos, cuadros de mando, planes estratégicos y gestión de riesgos y proyectos, entre otros.

Pero, ¿qué ocurre con las organizaciones que no tienen como última finalidad la obtención de beneficio?, ¿en qué situación quedan las entidades sin ánimo de lucro respecto a la gestión económico-financiera?

Una primera aproximación

La mayoría de las personas que se involucran en las entidades sin ánimo de lucro lo hacen por motivos muy diferentes al económico, en general, la motivación responde a cuestiones sociales, religiosa o culturales. Incluso, me atrevería a decir que muchas de ellas rehúyen de forma expresa de todo aquello que tiene un marcado carácter económico, en ocasiones por desconocimiento y, otras veces, por tener una visión negativa de esta dimensión que les hace temer que se pueda “contaminar” la nobleza del fin perseguido.

Esta circunstancia provoca que la dimensión económica de muchas de estas entidades se reduzca a las tareas administrativas imprescindibles para justificar subvenciones y donaciones o para cumplir con las obligaciones fiscales ante la Administración. El resultado es que en este tipo de organizaciones no se realiza una verdadera gestión económico-financiera que ayude en el proceso de toma de decisiones.

Aprovechar las herramientas disponibles

En efecto, a diferencia del resto de empresas, este tipo de entidades no persiguen la obtención de beneficios que puedan ser retirados por sus propietarios en forma de dividendos. De hecho, el Plan General Contable para estas entidades, aprobado en el RD 1491/2011, utiliza el término “excedente” en lugar de “beneficio”. Además, es cierto que los resultados positivos, en caso de que se produzcan, suelen terminar reinvirtiéndose en la propia organización, por lo que podríamos decir que, en realidad, reflejan su capacidad de ahorro.

Ahora bien, que una entidad sin ánimo de lucro no comparta con el resto de empresas su finalidad última no justifica que no proceda la aplicación de criterios de eficiencia en la gestión ni el aprovechamiento de todas las herramientas que la experiencia y la cultura empresarial pone a su alcance para una correcta toma de decisiones. Los buenos propósitos deben verse acompañados de los medios adecuados que permitan alcanzar los objetivos propuestos. Llegamos así a la primera idea.

1. No bastan las buenas intenciones

Las entidades no lucrativas deben incorporar sistemas y herramientas de gestión económico-financiera para su toma de decisiones. Aunque se quiera ignorar este factor, también en estas organizaciones se cumple el axioma de que toda decisión, tarde o temprano, tiene una consecuencia económica.

Este planteamiento no quiere decir que las decisiones en este tipo de organizaciones deban estar condicionadas por sus consecuencias económicas. No obstante, es necesario que, al menos, se conozcan las repercusiones económicas que tienen para evitar efectos no previstos.

2. Es fundamental que estas entidades sean conscientes de las consecuencias económicas de sus decisiones

La rentabilidad económica no está reñida con la rentabilidad social. Se dice que una actividad es rentable cuando genera un beneficio superior a la inversión necesaria para obtenerlo. Si bien el término rentable suele identificarse con factores estrictamente económicos o financieros, también podría aplicarse a otros escenarios, como de hecho sucede cuando se habla de rentabilidad social.

Siguiendo el paralelismo, una actividad será rentable socialmente cuando aporte más beneficios a la sociedad que los recursos que consume, entendiendo este beneficio como la satisfacción de una necesidad o la aportación de utilidad a los miembros de una comunidad. La dificultad radica en que, en muchas ocasiones, no es posible medir de manera clara los efectos que una actividad tiene sobre la sociedad.

Sin embargo, al margen de su cuantificación, el concepto de rentabilidad social puede aplicarse a cualquier tipo de organización, sea lucrativa o no. En un régimen de libertad no es posible la rentabilidad económica sin rentabilidad social. Nadie, libremente, elegiría un servicio o adquiriría un producto si no cubre una necesidad y, por tanto, le reporta algún tipo de utilidad. Para un observador externo estos beneficios podrán ser discutibles o no, pero para la persona que elige son incuestionables. De hecho, esto es lo que condiciona el éxito de una empresa al cubrir una necesidad o su fracaso al no hacerlo.

Por otra parte, hay que ser consciente de que tampoco es posible mantener la rentabilidad social en el tiempo sin asegurar la rentabilidad económica. Una entidad que continuamente presenta déficits podrá resistir hasta donde lo permitan sus reservas o hasta que deje de encontrar aportaciones extras de capital que los cubran. De hecho, entidades sin ánimo de lucro que realizaban funciones ejemplares y que aportaban, sin duda, mucho valor a la sociedad, han terminado desapareciendo precisamente por no poder garantizar su sostenibilidad económica. Esta realidad nos lleva a la tercera idea.

3. La rentabilidad económica y la social deben ir unidas

El simple hecho de que una empresa pueda concretar sus objetivos en la cifra de resultados posibilita que pueda valorar su grado de cumplimiento y evolución, permitiendo la toma de medidas en caso de desviaciones.

No ocurre lo mismo en las entidades sin ánimo de lucro. En este caso, no siempre es fácil encontrar indicadores válidos que ayuden a medir los beneficios que determinadas actividades aportan a la sociedad. Además, si nos ceñimos exclusivamente al plano económico, la ausencia de objetivos ocasiona la pérdida de referencias que puedan orientarnos en caso de ir por una senda equivocada.

En cualquier caso, las entidades sin ánimo de lucro deben fijarse un objetivo económico básico: aquel que permite cubrir costes y garantizar su supervivencia.

4. La rentabilidad económica de una entidad sin ánimo de lucro debe ser equivalente, al menos, a su sostenibilidad

Una vez definido este objetivo, es preciso utilizar todas las herramientas que estén a nuestro alcance para poder garantizarlo, mejorando la eficiencia de la organización allá donde sea posible. Esta búsqueda de la eficiencia es, además, la mejor manera de garantizar que el uso que se da a las aportaciones de los donantes es el mejor posible.

5. Hay que aplicar criterios de eficiencia en la gestión

Esta última idea es fundamental para asegurar que los recursos se destinan a cumplir los objetivos de la forma más óptima.

En conclusión, debido a que el contexto en el que nos desenvolvemos es cada vez más complejo, presenta mayores exigencias para toda clase de organizaciones, al tiempo que hay escasez de recursos y necesidades crecientes en la sociedad, las entidades no lucrativas tienen mucho que aportar. Pero tener buenas intenciones no es suficiente. Es necesaria una gestión económica de calidad.